—Tienes unas
piernas bonitas. — Sentí
una revolución dentro de mí.
—Gracias.
— Inevitablemente le miré a los
ojos, él sabía que no aguantaba mucho tiempo la mirada de nadie, y mucho menos
la de él. Amaba con toda mi alma esos ojos, está vez estaban rojos, había
fumado marihuana como normalmente, tenía las pupilas dilatadas y se le notaba
en el aliento, ese aliento que inevitablemente tanto echaba de menos.
—Lo que más
me gusta de ti son tus ojos— prosiguió.
—Ya los
tienes muy vistos. Los tuyos son hermosos. — Me avergoncé.
—Son
normales, marrones. —
Sonrió de oreja a oreja. Esa sonrisa no podía ser de este mundo, sería así como
la octava maravilla del mundo, sería algo así como el séptimo pecado. Sacó un
papelillo y empezó a liarse un porro.
—Para de
fumar, te vas a morir.
—¿Qué más te
da si ya no te importo una mierda?— ¿Qué no me importas una mierda? Pero si
formas parte del 99% de mi cabeza. —pensé. —Además tú también fumas y bebes, tú también vas a
morir.
—Da
igual— le reté —aunque fume o no, me voy a morir de todas formas. A demás, yo
ya estoy muerta. — ¿Cómo acababa de decir eso? Esta noche me regañaría a mi
misma por mostrar un poco de lo que siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario