—¿A qué te refieres en no ser como todas?
—No todas las chicas suben solas al acantilado.
Me quede parada, de piedra, no sabía qué hacer y mucho menos
qué decir. Así que decidí decir lo primero que se me cruzo por la cabeza.
—¿Cómo sabes eso?
—Te vi desde abajo, a ver te explico.
—Sí, mejor.
—Iba de camino al acantilado—prosiguió—Ir por la playa es mi
camino preferido
—El mío también.
—Y te preguntarás ¿Por qué coño sube este tío al acantilado?
Pues para…
—Pensar. —Añadí y asintió.
—Y te vi tirando cosas desde arriba. Sabes que si alguien
pasa por ahí y le das le puedes dejar tonto, ¿No? —se rio. Pero yo estaba pensando en
cómo alguien como él podía tener tantas cosas en común conmigo —Y bueno—siguió—
Antes de verte allí subida sabía que habías ido al acantilado. Verás, te vi
algo de hierba en la zapatilla cuando te ayude a recoger el dinero —yo le
miraba atenta— a lo que iba, que ese tipo de hierba solo está en el acantilado
y me extrañé porque pensé que era el único bicho raro de todo el pueblo que
subía hasta ahí, y por eso te pregunté esas cosas.
—Creí que era la única—admití también.
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