Su
cara cambió de expresión —¿Por qué te odias a ti misma?
—A
veces no me entiendo— baje el tono de voz.
—Yo
nunca lo hago. Por ejemplo ahora, no sé porque acabo de discutir contigo. Soy
imbécil.
Lo
miré y tomé aire —Me voy—dije con sequedad.
—Déjame
arreglar esto.
—No
hay nada que arreglar.
—No
quiero perder nuestra relación.
—¿Qué
relación? Te explico la clase de relación que tenemos; tú me vendes tabaco y
yo, no te prometo que sea todos los días, te sonrió a cambio. Punto.
Abrí
la puerta y entré en casa. Hoy no estaba de humor para aguantar las
gilipolleces de nadie.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario