—Tú
eres mía—tenía un tono melancólico en su voz.
—Más
o menos.
—¿Cómo?
—Haber,
que no me explico, me refiero a que bueno no soy tú novia ni nada de eso.
—¿
A no?
—¿Pensabas
que sí? —asintió—Tú no me lo pediste
y yo no me quería hacer ilusiones ni nada de eso…—dije sinceramente.
—¿Hacía
falta que te lo pidiese?
—Sí. — se echó abajo y se pudo de rodillas, cómo si
me fuese a pedir que me casase con él— ¿Qué haces? Levanta tonto, te vas a
manchar— pero no me hizo caso.
—Querida
Nina—se rio y le sonreí—¿Me concedería el favorable placer de ser mía y sólo
mía por el resto de mi vida?
—Nuestras
vidas—le corregí y asentí. Se levantó y me cogió, enganché mis piernas en su
cintura y le besé. —La novia
de Edgar Nardacchione, que bien suena. —le
sonreí a milímetros de sus labios.
—Mi
novia suena mucho mejor—se acercó un poco más y me besó.
—Srta.
Nardacchione es mejor.
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