Abrí la puerta, primero le dejé pasar
y después salí yo mirando al suelo. Cuando volví a levantar la mirada le vi
montado en la moto.
—¿Qué haces?
—Sube.
—Dijiste que pasabas a recogerme, no
dijiste nada de ninguna moto.
—¿No confías en mí?
—Yo ya no confío en nadie.
—Vamos, sube.
—No.
Encendió el motor—Venga.
—¿Desde cuándo dijiste que llevas
conduciendo?
—Dos semanas.
—¡¿Qué?!?
—No te preocupes. — empezó a dar la vuelta. Y no me
quedo otra que subir.
—¿Pero cómo quieres que no me
preocupe?
—Agárrate.
Le puse los brazos entorno a su
cintura y posé la cabeza en su espalda y aceleró.
Al final acabé acostumbrándome, hasta
me gustó. Ver el mar mientras amanece y notar el aire en mi cara, ver como dejábamos atrás cada calle era lo más
cerca que había estado de sentir que volaba en mi vida.
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