Me desperté algo confusa. Me giré y
no encontré a Edgar a mi lado, la lata vacía de cerveza estaba al otro lado del
colchón. ¿Qué hora sería? Saqué el móvil. Las seis de la tarde. Dios mío, había
dormido durante horas normal que se hubiese ido. Me quité la manta y salí de la
cama, busqué por la casa y nada, salí a fuera y ahí estaba fumando. Fui a su
lado y me pasó el cigarro de forma que lo pudiese coger.
—Dormilona.
Di una calada al cigarro—Lo sé.
—¿Estás preparada?
—¿Para qué?
—Ahora te voy a llevar a un sitio.
—Vamos andando, ¿No?
—Sí.
Se me había olvidado las zapatillas
dentro y ni siquiera me había dado cuenta de lo húmedo y frío que estaba el
suelo, seguro que tenía los pies congelados y ni siquiera lo noté. Estaba nublado.
Me dirigí a dentro y me calcé, entró tras de mí y cogió las toallas.
—¿Nos vamos? — Fue al armario y sacó una chaqueta
vieja suya, la recordaba perfectamente hace meses yo la llevaba y me seguía
quedando por debajo de las rodillas. Me la puso por encima. Seguía oliendo a
él. —Bueno, vámonos.
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