Me cogió de la mano y salimos hacía
un sitio que yo ni siquiera sabía que existía. A lo largo del camino me contó
cómo había encontrado ese lugar y que le gustaba que la primera chica que lo
pisase fuera yo. Se paró y me explico cada detalle, él lo sabía todo y yo me
sentía como una completa ignorante.
Con razón no quería ir al instituto
teniendo esto, este espacio. Me parecía increíble que a tan solo media hora del
pueblo se pudiese estar completamente sola. Sin duda no llevaba hay más de unas
horas y ya era uno de mis sitios favoritos, para ser más exactos, el segundo,
el primero era mi querido acantilado.
Edgar me ayudó a cruzar los tramos
más difíciles y yo se lo agradecí cada vez que se molestaba, me parecía raro
que todavía no me hubiese caído, pero bueno, para eso siempre yo tengo tiempo.
Cuando llegamos al cabo de un buen
rato no me pude creer lo que estaba viendo. Era la paz absoluta.
Había un río y a lo largo una orilla
de arena, era solo una especie de tramo porque si bajabas algo más ya había
ramas que seguro que te podían dañar la piel. Había una roca grande en la otra
orilla y el agua tenía un color entre verde y transparente era normal, dado que
estaba rodeado de árboles.
Edgar se quedó mirándome esperando a
una reacción.
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