—Sí. —volvió a responder.
Todo se quedó en silencio y yo no
supe bien qué decir, me di la vuelta para mirarle y me toque la frente—No creo,
a ver si me explico, no creo que ahora sea el momento.
—Es cuando tú quieras.
—¿Lo comprendes, no?
—Sí, no hay problema, tranquila— dijo
sonriendo.
—Ahora vuelvo—cogí la ropa seca y un
cigarrillo del bolso y salí de la casa. Me lo encendí y empecé a vestirme. Aún
seguían cayendo algunas gotas que se habían quedado en los árboles, cayó una en
mi espalda y sentí lento el frio.
Mierda Nina, joder, se te da la ocasión
y.
Edgar me tocó la espalda y me abrazo—No
pasa nada Nina, es normal.
—¿Por qué has salido? No, no es
normal. —me empezaron a
temblar las manos—Yo, dios, Edgar yo quiero pero no puedo y no sé ni por qué y
me siento estúpida.
Me giró—Para, para, para.
Tranquilízate ¿Vale? No importa, volvamos para dentro.
Le di otra calada al cigarrillo y lo
apagué contra un árbol.
—Duerme— levantó la manta de modo que
pudiese entrar en la cama.
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