Edgar
estaba tumbado de espaldas, si seguíamos por mucho tiempo así enfermaríamos,
pero opté por disfrutar de ese pequeño placer que me había dado la vida.
Conduje mi dedo por su espalda.
—Te
quiero—Su voz sonó aterciopelada.
—¿Y
qué me vas a decir tú a mí si me sé de memoria las constelaciones que forman
los lunares de tu espalda? Debemos vestirnos, hace frío.
—¿Y privarme de ti? —Empezó
a bajar sus manos por mi cadera.
—Otra
vez no. —Le aparté suavemente.
—¿Por
qué? ¿Te he hecho daño? ¿No te ha gustado?
—No,
sólo estoy cansada y eso para mí sería ir demasiado rápido.
—¿Se
repetirá?
—Todas
las veces que quieras, ahora vístete, vas a coger una pulmonía.
—Me
temo que si me dejaras hacerte el amor todas las veces que quiero no saldrías
de esta isla nunca—sonreí y le besé—Tú tampoco estás vestida—Me mordió el
labio.
—Lo
mío es diferente—le reté.
—¿
A sí?
—Yo
doy igual pero tú no. — Le pasé
la ropa pero antes cogí el sándwich.
—No
digas idioteces, no quiero que se acabe este momento nunca ¿Por qué tanta
prisa?
—No
hay prisa, pero mira, haremos un trato, cuando nos terminemos el sándwich, nos
iremos. —Empecé a desenvolverlo.
Allí estaban los dos mordiscos de mi mejor amiga. Se lo acerqué a su cara —Uuu,
babas de Carla—intenté poner voz de asco. Dio un mordisco exactamente dónde lo
había dado Carla antes —¿No te da asco?
No hay comentarios:
Publicar un comentario