Rodé los ojos y quité poco a poco la tapa. Salieron unos ojos
a verme. Dios mío era precioso. Dejé la caja en el suelo y saqué a un gato que
tenía poco menos de un mes. Me ablandé, me ablandé muchísimo. Le cogí y le bese
toda la cara al gato, le acaricié y miré a Edgar que estaba sonriéndome, le
sonreí también—Gracias— dije acariciándo detrás de las orejas al gato.
—Es chico—Prosiguió —¿Le llamaras Edgar?
—No y mil veces no—Me reí— Taylor.
Me miró raro—¿Taylor?
—Puso énfasis en la palabra.
—Sí, Taylor—dije
decidida. Tenía unos ojos preciosos y era gris, blanco y negro. Di un beso en
la mejilla a Edgar. —Gracias. —Repetí.
—¿Podríamos
ir a comer juntos? —Se
apoyó en la fachada de mi casa.
—He quedado. Que por cierto se me hacía
súper tarde.
—¿Con quién?
— abrió los ojos.
Di un beso a
Taylor y lo arropé con mi chaqueta—Eso a ti ya no te importa—Soné demasiado
dura.
—Venga por
favor.
—Otro día
tal vez. Esto no significa que te haya perdonado. —Le mostré a Taylor.
—¿Qué más
quieres que haga?
—Debo irme,
llego tarde.—Pegó una patada a la caja—Eh, te relajas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario