—Estoy helada— Me decidí a hablar.
Se quitó la mochila y sacó un rebeca —Sabía que iba a pasar
algo así— Me lo ofreció sonriendo.
Lo acepté con gusto, no sentía ni el torso —Muchas gracias.
—Ven, yo dibujo por aquí. —Cambió de dirección y la seguí. Salimos a un campo abierto,
era hermoso, muy hermoso, las hojas se oían moverse y se respiraba
tranquilidad.
Al apartar los arbustos que no me dejaban pasar un centenar
de pájaros salieron volando.
Me quedé con la boca abierta. Vi cómo me miraba y sonrió. —Sígueme
— Me ofreció la mano. Se la cogí y me condujo hasta una piedra. Al intentar
subir me resbalé y me agarró bien.
—Qué vergüenza —Solté una risa nerviosa.
—A mí me pasa mil veces.
Seguro que lo dijo para que me sintiese menos imbécil. Al
sentarme disfruté de la vista, estábamos en pleno invierno pero en el claro la
poca luz solar pegaba bien, y me agradó sentir calor en la piel.
Solo oía como difuminaba el carboncillo de vez en cuando por
parte de ella, yo me limitaba a mirar al
campo, estaba lleno de vida. Animales de todo tipo, desde los más pequeños a
los más grandes. Cristina levantó la mirada por primera vez —¿Lo oyes? Son
lobos— sonrió.
—¿Te gustan?
No hay comentarios:
Publicar un comentario