Nos pusimos en pie, dejando el tema de los espíritus, que
reconozco me había impresionado un poco
—¿Sabe usted señorita que en el año 1875 murieron 22 personas
aquí y todavía no se sabe la causa de su muerte? —miró hacia atrás ya que las dos le estábamos
siguiendo.
—¿Qué insinúa? —le dije de forma áspera.
—No sé señorita, coja respeto a este boque.
Me callé durante todo el viaje. Cristina estaba, pero era
como si no existiera, me iba a odiar para siempre, en el lio que la había
metido.
Tras 15 minutos de caminata vi el lugar más hermoso que había
visto jamás, había una gran cascada, y nosotros estábamos sobre ella, miré a la
laguna de abajo.
—¿Es profunda? —dije tirando una piedra.
—Me temo que sí.
Divisé como caía. Las vistas eran espectaculares, el bosque
entero, a mis pies, los animales, incluso el fuerte ruido que hacía el agua de
la cascada al llegar abajo, me enamoré del lugar.
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