—Nunca sabes cuándo puede venir un oso—Me enseñó cartuchos de
escopeta.
Le miré disgustada pero no le di mucha importancia.
Cristina, Billy y yo nos sentamos a disfrutar de las vistas.
Al cabo de una media hora una manada de ciervos se acercó a
beber agua.
—Cristina—susurré. Estaba medio adormilada. —Despierta, mira eso. —Me refería los ciervos. Se levantó
de mi hombro a regañadientes.
—Bien, la cena—dijo el hombre, mientras cargaba la escopeta.
—No—grité. Muchos pájaros salieron volando debido a mi voz. —No
les mate, son inofensivos. Dijo que solo la iba a usar para casos extremos. —le
bajé la escopeta.
—Pero tengo hambre—repuso.
Saqué una tableta de chocolate que tenía en mi bolso y se la
ofrecí—Por favor.
—Está bien—Bajó por completo la escopeta e intento a abrir la
tableta—¿Cómo se abre esta puta mierda?—¿Me estaba pidiendo ayuda?, se la quité
de las manos con cuidado y la abrí, volví a dársela y sonreí. Al parecer el tío
de la escopeta no sabe ni abrir una chocolatina.
Miré a Cristina—¿Vienes abajo?
Asintió. Tardamos bastante en descender, era un camino
complicado, lleno de piedras, barro y bichos.
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