La habitación estaba destrozada, muebles volcados, sábanas
por el suelo, junto mecheros, relojes, papeles y cosas de poco valor. Edgar
estaba apoyado sobre una pared, dormido y con la cabeza en una mala postura. No
podía dejarle así, por mucho que me hubiese hecho era incapaz. Me agaché a su
altura y puse la palma de mi mano en su mejilla. Notaba el calor que desprendía
su cara, estaba tan mono durmiendo y yo le estaba tocando con mis sucias y
frías manos.
Arrugó la nariz—Edgar—susurré. Abrió los ojos y hundió su
mandíbula en mi mano. Guardó su cuello en mi hombro bueno y noté como aspiraba
de él ¿acaso me olía la ropa mal?
Me llevé la manga a la nariz, no sé si es que no olía por la
hostia de antes pero a mí me olía normal, a como solía oler mi ropa. Se me
estaban empezando a cargar las piernas de estar en esa posición pero no me
quería ir.
No sabía bien qué hacer en esas situaciones —Perdóname— le
escuché decir.
Hundí mis dedos en su pelo mientras le acariciaba despacio—Claro
que te perdono vida—dije con un hilo de voz.
—Lo del codazo fue totalmente sin intención.
—Lo sé— le apreté más fuerte, su cabeza en mi hombro.
Notaba un líquido cálido rondando mi clavícula.
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