—Va, despierta—apreté fuerte los ojos y no los abrí—Queda
poco para llegar. —Levanté despacio la cabeza y bostecé. Me dolía el cuello de
estar en esa posición, lo moví hacia un lado y hacia otro.
Recogí poco a poco mi bolso y me aclaré la garganta con algo
de agua, me coloqué el pelo y Edgar me cogió la mano para bajar con cuidado las
escaleras. Cogió mis cosas e intenté
ayudarle con algo pero no me dejó.
—Joder qué frío. —me abroché el abrigo hasta arriba y escondí
mi nariz en la bufanda.
—Llegaremos pronto—me sonrió. —Allí hace más calor—Todo estaba desierto, era un
pueblo bonito, de casas bajas y muchas cuestas rodeado de campo—Es un pueblo
pequeño—me explicó—Pero está bien—terminamos de subir la cuesta. Me dediqué a
seguirle y a mirar todo lo que había a mi alrededor. Tenía una iglesia alta,
antigua. Pasaron menos de quince minutos hasta que llegamos a una puerta no muy
alta negra, la valla estaba recubierta de arbustos que no te dejaban ver más
allá. Suspiré y Edgar abrió—Tranquila, hay un patio, todavía no los vas a ver—me
tranquilicé un poco. El patio era grande, había un par de coches aparcados y
una puerta de madera que indicaba la entrada de la casa. Ahora sí, cogí el
ventolín, di un par de toques—Abre—solté.
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