Fui besando la mejilla a cada persona que se me acercaba y
llegó un momento en el que hasta me mareé. Me cedieron el sitio principal de la
mesa, entre la abuela y el abuelo de Edgar. Su abuela no era cómo me imaginaba,
en cabio su abuelo se parecía más a él.
Busqué a Edgar con la mirada, estaba rodeado de niñas pequeñas, le estaba diciendo algo en
la oreja a una de ellas, y la niña luego procedió a señalarme. Aparté la vista
cuando Edgar me miró y me puse más nerviosa aún.
—Otra más en la familia—su abuela habló y la mayoría se
callaron. Me cogió de la mano y sonreí—Edgar no exageraba cuando hablaba de ti,
eres preciosa cariño. —fulminé
a Edgar con la mirada mientras que él me miraba sonriendo con cara de “me estoy
descojonando”. Te odio vocalicé a distancia—Nina, ¿verdad? —asentí—A esta edad hija se me olvida
todo tan rápido — bajó la cabeza y negó. Me dio algo de pena. —Debes estar
helada. —su estado de
ánimo cambió en segundos.
Negué —Edgar sabe cuidarme bien—me atreví a hablar y le miré.
—Si es que mi nieto es el mejor, ven aquí a saludar a tu
abuela. ¿Qué son esos modales? —Edgar se acercó y la abrazó fuerte ambos tenían
hoyuelos al sonreír.
Edgar me indicó que me quitase de la silla y así lo hice, se
sentó y me empujó sobre él para quedar encima. Me estaba muriendo de vergüenza.
Escuchaba comentarios a mi alrededor de cosas como “qué mono”, “ese es mi hijo”
y parecidos.
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