Después de sacar
fuerza de voluntad para despedirme de Edgar y darle las buenas noches volví con
pasos pesados hacía la habitación que me habían asignado.
Avril estaba tapada hasta la nariz esperándome —Mi pijama es
más cutre que el tuyo— dejé que lo mirase y fui a una cama pequeña, la abrí
cuidadosamente.
—¿Te gustan los gatitos? — miré hacia la litera de arriba en la que estaba asomada.
—Tengo uno—sonreí.
— ¿Oh? ¿De verdad? En la planta de abajo tenemos muchos, son chiquititos. El
otro día Edgar se llevó uno.
Ahora entendía de dónde lo había sacado—¿Son bebés?
Asintió—¿Quieres verlos?
*
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