Avril bajaba las escaleras de puntillas y yo la seguía
haciendo lo mismo Se notaba su emoción, su entusiasmo, sus nervios porque no la
pillasen abajo tan tarde, hasta me lo contagió un poco a mí. Esta niña me
estaba haciendo sentir. Se oía la risita tímida con miedo a que su abuela la
regañase. Intenté memorizar el camino de vuelta pero estaba bastante oscuro.
Abrió la puerta y desapareció, la vi arrodillada en frente a lo que parecía un
cesto con varios gatos pequeños, y su madre. No distinguí bien el pelaje de
cada uno ya que el único foco que alumbraba la penumbra de la habitación era
una chimenea. Me agaché a la altura del cesto y vi como Avril intentaba coger
todos a la vez. Acaricié primero a la madre. Era blanca, hermosa, como la nieve.
—Se llama Copito. —Me explicó— Mi abuela dice que los
gatos negros traen mala suerte. — Miré hacía el que estaba apartado y no dudé en cogerlo.
Vaya tontería, pobre animal. Le puse en mi regazo y le arropé con mi sudadera.
Avril puso dos taburetes chiquititos al lado de la chimenea
en los que nos sentamos a la par —No es verdad, lo de que los gatos negros dan
mala suerte— comenté mirando a las llamas y acariciando aún al gato— Él es
bonito así cómo es — La gata grande se restregó en mi pierna y también la cogí—¿Ves?
Su mamá quiere al gato por como es, no importa que sea negro, gris, marrón o
blanco.
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