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martes, 10 de febrero de 2015

Página 235.

Avril bajaba las escaleras de puntillas y yo la seguía haciendo lo mismo Se notaba su emoción, su entusiasmo, sus nervios porque no la pillasen abajo tan tarde, hasta me lo contagió un poco a mí. Esta niña me estaba haciendo sentir. Se oía la risita tímida con miedo a que su abuela la regañase. Intenté memorizar el camino de vuelta pero estaba bastante oscuro. Abrió la puerta y desapareció, la vi arrodillada en frente a lo que parecía un cesto con varios gatos pequeños, y su madre. No distinguí bien el pelaje de cada uno ya que el único foco que alumbraba la penumbra de la habitación era una chimenea. Me agaché a la altura del cesto y vi como Avril intentaba coger todos a la vez. Acaricié primero a la madre. Era blanca, hermosa, como la nieve. —Se llama Copito. —Me explicó— Mi abuela dice que los gatos negros traen mala suerte. — Miré hacía el que estaba apartado y no dudé en cogerlo. Vaya tontería, pobre animal. Le puse en mi regazo y le arropé con mi sudadera. 
Avril puso dos taburetes chiquititos al lado de la chimenea en los que nos sentamos a la par —No es verdad, lo de que los gatos negros dan mala suerte— comenté mirando a las llamas y acariciando aún al gato— Él es bonito así cómo es — La gata grande se restregó en mi pierna y también la cogí—¿Ves? Su mamá quiere al gato por como es, no importa que sea negro, gris, marrón o blanco.

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