Vacilé un poco al bajar por miedo a qué me tendría qué decir
su abuela. Pasé por el pasillo mirando vagamente cada cuarto hasta que la
encontré.
Me quedé mirándola en silencio sin saber bien qué decir.
Estaba haciendo ruido mientras buscaba algo en una cajita de madera. Sacó una
especie de collar y al mirarse al espejo me vio. —Oh, querida, despertaste al
fin. — seguí inmóvil sin
saber muy bien qué decir —¿Me ayudas? — se echó la mata de pelo hacia el lado derecho. No era la
clase de mujer mayor que llevaba el pelo corto, o recogido, ella lucía una
melena grisácea muy bien cuidada.
—Por supuesto— asentí y la abroché el collar delicadamente,
luego se giró para mostrármelo, una cruz.
—¿Te gusta?
—Mi abuela siempre ha sido creyente —expliqué— yo tengo una
parecida, me la regaló cuando rondaba los 12 años.
*
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