No sé si Edgar estaba llorando, pero en el caso de que lo
estuviese haciendo no lo quería preguntar porque pararía de hacerlo. Además
creo que es la primera vez que alguien veía llorar a Edgar. Le tomé de la mano
y entrelacé sus dedos con los míos. Me senté en sus piernas porque sentía que
mis gemelos iban a estallar. El no rechisto al respecto. En la habitación
apenas entraba luz y me guíe por tacto más que por otra cosa. Toqué sus
nudillos, las heridas habían aumentado y eso estaba aún reciente. Me llevé un
dedo a la boca. Hierro. Sabía hierro. Estaba sangrando. Encendí la lámpara de
la mesilla despacio y él se tapó los ojos. Debería estar deslumbrado, Dios sabe
cuánto tiempo llevaría a oscuras aquí. —Perdón—susurré. Me aproximé al betadine
y procedí a hacer lo mismo que había hecho antes —Debes prometerme que no lo vas
a volver a hacer— dije amenazándole.
—Vale—susurró.
Levanté la mirada y miré a sus ojos, estaban acuosos, sí,
había llorado. Cuando se fijó sabía perfectamente en lo que estaba pensando,
bajó la cabeza. Le cogí con cuidado de la barbilla y le obligué a mirarme. Él
llevaba los ojos hacía otra parte, siempre escapándose de los míos.
—Mírame—sonreí y lo hizo —No vale con que digas “vale”,
tienes que decirlo de verdad. —volví a sonreír levemente.
—No lo volveré a hacer— su labio inferior temblaba.
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