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lunes, 22 de junio de 2015

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—Voy a ver si va. Tú mejor no subas— Asentí y me aparté. Dio una pequeña vuelta, bueno, iba bien, al cabo de un rato paró donde estaba yo y bajó la ventanilla—Anda, sube—se rio. Y sonreí, la verdad es que me estaba congelando. Ya era de noche y lo único que veía eran las luces del Jeep bailoteando entre las sombras. Subí, el contacto y la radio tenían unas lucecitas verdes.
—Estás helada—dijo tocándome el brazo. Dio a un botón que destellaba una luz blanquecina en el salpicadero. Sentí calor, bien era la calefacción. Era como si Dios hubiese bajado a verme —Anda, vayamos a casa. —cerré mi puerta ya sentí. Me encantaba lo sumamente imbécil que era Edgar, le habían multado por no tener carnet y él seguía contento.
Realmente no sabía cuál de los dos era el más estúpido.
Si yo, por ir tan tranquila con alguien que no sabía conducir.
O él, por seguir conduciendo sin carnet.
Nos complementábamos.
El camino fue silencioso y Edgar puso a Lana del Rey sin que se lo tuviese que pedir. Bajó a abrirme la puerta al llegar cuando yo perfectamente podía y me rodeó la cintura con el brazo. —Hay que ver las que te aguanto— me dio un beso en la sien.
—Extraño es que no te haya matado en estos días.
—Sí que lo has hecho, a sustos. — rio.
Analicemos la situación. El segundo día, casi me mato conduciendo una moto. El tercero, me caigo en un lago y enfermo haciendo el ridículo delante de toda su familia y el cuarto, le pincho una rueda del coche. Y suma y sigue, porque mañana dios sabe la que liaría en la boda. 

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Bien… querría trabajar—empezó— con algo que tenga que ver con esto, ya sabes, motores, coches, motos…cosas así.
—¿Mecánico? — alcé una ceja.
   Básicamente sí. Dado que no voy a clase y que me gusta el tema pues. — sacó la rueda por completo y me la paso. La llevé rodando hasta el maletero y la dejé apoyada sobre la puerta para que luego la subiese él. Me limpié el barro que me había dejado la rueda en los pantalones.
   ¿Me pasas eso? — pidió señalando y se lo acerqué— ¿Y tú? —seguía mirando a su trabajo.
Cogí el cigarrillo que había dejado a Edgar para llevar la rueda —Por mí, sería escritora— sonreí ampliamente— Pero seamos realistas— ahora mi sonrisa se convirtió en amarga— No creo que llegue a serlo. Pero tengo un plan B— alzó la cabeza para mirarme. Di otra calada— me gustaría ser profesora de preescolar. Ya sabes, niños.

—¿Te gustan los niños?
—Ajá. Creo que se me daría bien.
Apretó la última tuerca. —seguro que sí— me besó. Estaba sudando. Le pasé la camiseta para que no se pusiese enfermo, pero no la aceptó.
Guardó las herramientas en su caja y subió la rueda vieja al maletero. Volví a mirarle los brazos —Estás más fuerte—palpé la bolita que tenía en el brazo. Sonrió y sacó aún más— No te emociones rey, son navidades y vas a engordar —rodó los ojos y reí.

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—Pero…¿Esto no tiene una rueda de repuesto…?
Me miró— Por una vez dices algo inteligente en tu vida—me dio un beso en la frente.
Abrió la puerta trasera y levantó el suelo. Ahí estaba, una rueda. Sacó primero la caja llena de herramientas.
—Quítate la camiseta—susurré—te vas a manchar.
Asintió. Se le notaban las venas en los brazos y eso me encantaba. Las comisuras de su cuerpo se marcaron aún más y me quedé babeando.
—No me mires— se dio cuenta y bajó la rueda. Se agachó a altura de la rueda pinchada y me apoyé en el coche a su lado. Le miré arreglar el estropicio que yo había hecho. Se le veían los boxers más de lo normal al agacharse y me reí. — ¿De qué te ríes? —alzó la vista y ejerció presión sobre el gato.
—De nada—seguí sonriendo y saqué un cigarrillo. Toqué su espalda con la yemas de mis manos…se le marcaba tanto, estaba tan tonificada, tuvo un escalofrió y el bello de la espalda se le puso de punta y quité la mano, sí la tenía bastante fría, me avergoncé e intenté buscar salidas—Pronto tendrás que decidir en qué quieres trabajar… ¿Y bien?
—¿Te refieres a qué quiero ser dentro de unos años? —siguió a lo suyo.
—Supongo que sí—me encogí de hombros y me dolió. Escuché como quitaba unas tuercas bastante grandes.
Se puso en pie y pisó con el pie el metal—Es que está muy fuerte—me aclaró. Después volvió a bajar y escuché un pequeño sonido que indicaba que se estaba quitando.

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Encendí el motor, me dio unas clases básicas de movimiento de pies respecto a los pedales y de marchas, cómo poner intermitentes. La verdad es que yo de estas cosas sabía cero, bueno, sabía cómo se pitaba, que para ser yo, era mucho.
Después de eso metí una marcha y chirrió
—Vas a joderme la caja de cambios—hizo una mueca
Miré a mis pies— Tú mira al frente que de tus pies ya me encargo yo—asentí y cogí el volante con las dos manos,
Hice fuerza en el pedal y arrancó—Vale, vas bien— me animó—Intenta girar— lo hice, me salió mejor que en la moto, mucho más. —Puedes ir un pelín más rápido—así lo hice. —Frena—miré a mis pies, no me acordaba de cual era cual, volví la vista al frente —Frena— repitió con el tono de voz un poco más alto. Pise más el pedal de acelerar. El muro de la última vez se volvía a acercar a mí y yo ya le tenía bastante respeto. Edgar me miró, sabía que estaba bloqueada, así que echó el freno de manos y patinamos un poco. Se escuchó un “plof” y parte del coche se hundió.
—Como hayas pinchando una rueda te mano—me amenazó con la mirada. Salió rápido y cerró la puerta. Miré hacia atrás y escuché un grito. —Me cago en tus muertos— Vale, sí había jodido la rueda. Salí del coche.
—Técnicamente el que ha echado el freno de mano has sido…—no me dejó terminar cuando me miró con cara de asesinarme.
—Mi padre me mata—se echó las manos a la nuca y miró al cielo.

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Me obligué a borrar todo eso de mi mente. La moto aún seguía ahí, dónde la dejé el otro día. Cogí aire y bajé las ventanillas, me estaba mareando.
—¿Qué pasa? — preguntó.
—Nada, tengo calor—mentí.
—Estamos en diciembre.
—¿Y? Tengo calor— le reté y salí del coche.
—Y estás constipada.
Hice un ataque inteligente y solté—Será que estoy en la pre-menstruación —cerró la boca de golpe, los chicos nunca contratacan si les sueltas algún rollo sobre la regla, es una de mis armas letales—¿Qué hacemos aquí? — vi la cara de alegría que había puesto al haber cambiado de tema, en realidad era lo que quería desde el principio, manipulación pura y dura, y mientras él, ingenuo sonriendo creyendo que se había librado de una gorda. Aplaudí a mis dotes femeninas.
—¿No querías conducir? — dijo ileso sin saber la batalla que le acababa de ganar.
—Emm…sí—lo dejé correr. En realidad me arrepentía de haberlo dicho antes, pero prefería quitarme el miedo ahora que podía. Me di la vuelta y entré por la puerta del conductor.
—Lento— me advirtió.

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Al llegar me esperaba menos, la verdad es que el comercial era bastante grande. Busqué algo barato, bonito y cómodo. Edgar supo esperarme pacientemente, al final me quedé con una falsa rosa palo simple, unos tacones muy incómodos que era obligación ponérmelos y un top negro de parte de arriba.  Lo bueno es que los tirantes no me apretarían el hombro, lo malo es que gran parte de las heridas se verían. Pero bueno, era lo que había.
Nos quedaríamos al menos a comer aquí, así que tendríamos tiempo para mirar tientas etc. Edgar me regaló un bolso sin que yo lo eligiese, y aunque parezca raro dio en el clavo con él, era lo suficientemente grande como para meter un paquete de tabaco y un móvil y lo suficientemente pequeño como para que no me anduviese molestando.
Me atiborré de patatas fritas porque con la medicina me entraba el doble de hambre, y además estaba empezando a dejar de moquear.
Antes de entrar al coche le pedí que no volviese a hacer muchas tonterías, a lo que me contesto que para eso ya estaba yo, y no de forma irónica. La convencí para que me dejase poner a Lana del Rey en el viaje de vuelta. Al llegar al pueblo, me llevó al mismo lugar dónde había tenido el accidente con la moto.
Muchos recuerdos pasaban por mi cabeza, la moto amenazando con pillarme, el susto, la caída, la falta de respiración que sentí cuando caí con el abdomen. 

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—¿Quién te enseñó a conducir? — le miré.
—Mi abuelo—sonrió
—Es bueno…
—Lo sé— giró hacia la ciudad y puso el intermitente al entrar en la rotonda.
—¿Me enseñarás a conducir? — le miré
Se puso serio— La última vez que lo he intentado no ha salido bien— hizo una mueca.
—Un coche no es lo mismo que una moto, además allí puedes frenarme tú, si vas conmigo.
—Ya lo pensaré— no prometió nada— De todas formas, aun que te enseñe seguirás siendo un peligro al volante. — eso era algo que yo tenía muy claro.
                                                                *

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—¿DNI?
—Es que lo tengo todo en la cartera y se me ha olvidado en casa con las prisas de ir al hospital—pero qué historia se estaba montando, el hombre miró mi brazo.
Vi sobresalir la cartera de Edgar en sus pantalones y la metí rápido en la guantera.
—Bien, ¿papeles? —resignó a pedir.
Asintió—Eso sí que lo tengo— bajó y abrió el salpicadero—Está a nombre de mi padre— se los dio y el hombre los miró vagamente.
—Aunque todo parezca en orden les voy a tener que multar por no llevar carnet.
—¿Cómo no? —dijo irónicamente Edgar.
Empezó a escribir un papelito—Aunque si lo pagas ahora será la mitad.
—¿Cuánto es? — levantó la ceja.
—125€—cogí aire— Aunque por tener los papeles serían 50€
—Vale, bueno— giró la cabeza hacía mí—Dame dinero— bajó la mirada hacia la cartera. Cogí la indirecta y metí la cartera en mi bolso cómo si fuese mía. La abrí y busqué un billete. Lo saqué y se lo di.
—Y cuídese de hacer tonterías—Edgar asintió
—10 paquetes de tabaco a la basura por una gilipollez— hizo una bola de papel con la multa y la tiró por la ventanilla.
—Muy bien Edgar, yendo por ahí sin carnet vas de puta madre—se rio y aceleró de nuevo.

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—¿Tú conduces? —levanté una ceja.
Se encogió de hombros—algo así.
No sé cómo todavía me fiaba de subirme en un coche… pero si lo pensaba sólo había tenido accidentes cuando yo me había puesto al mando, así que me agarré al salpicadero y me dejé ir.
—¿Tienes carnet? —pregunté fija en la carretera.
—No— hizo una pedorreta.
—Bien…—suspiré y asentí lentamente.
Salió a la autopista, la verdad es que no conducía tan mal, se puso a vacilar haciendo “eses” para asustarme. Y pasó lo que tuvo que pasar. Un coche de policía encendió la sirena y Edgar miró hacia atrás poniendo un brazo en mi asiento.
—Estás que me paro—cambió de marcha y aceleró
—Edgar, no— grité y me agarré al salpicadero— Para. — no sé si es que había cogido miedo a la velocidad.
Suspiró y paró dio golpecitos en el volante esperando a que llegase el agente—Siempre jodiendo— susurró. El hombre dio golpecitos en la ventanilla y Edgar la bajó— Hola— puso su mejor sonrisa y rodé los ojos.
El hombre posó su mirada en mí y luego en Edgar—Carnet—tenía una voz grave.

—No lo tengo.

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—Qué suerte la mía—dije irónicamente volviendo a mis raudales. —Parece que tu madre tiene un radar —extendí el brazo y señalé a la puerta —Ahora, fuera— sonreí. Agachó la cabeza y se resignó a salir. —No te pongas triste, aún tienes buen culo—cerré la mampara y sonreí.
Si había entrado en la ducha era para relajarme, no para que viniese Edgar a romperme todos los esquemas.
Salí y me sequé el pelo, no quería ponerme aún peor. Me miré en el espejo, mi cuerpo estaba magullado lo que más se notaba eran las costas que tenía en el abdomen, las rocé y miré al as heridas que me hice cuando estaba con Cristina, comparado con lo otro era nada. Fui a mi morado hombro, cada vez el color era más oscuro, se juntaba un color verdecino, amarillo, morado y azul. Aparte de que mi cuerpo no me gustaba,  verlo así aún menos.
Suspiré y me vestí resignada con mi cuerpo, en fin, era lo que me había tocado. Salí del baño y coloqué la ropa en la maleta.

Él apareció pero ya vestido— ¿Nos vamos? — movió las llaves en la mano. Vi en letras plateadas grabadas en el mando la palabra “Jeep”

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Edgar viendo la situación cogió una manta y me arropó— ¿Cómo puedes ser tan irresistible para el suelo? —rio.
Mis días se basaban en caerme y curarme las heridas. Me estaba empezando a cansar hasta de vivir.
Mi noche se basó en escalofríos, temblores, mocos, pañuelos y ojos acuosos.
A la mañana siguiente lo primero que hice fue tomarme un antibiótico y después ir derechita a la ducha, tener hojas en el pelo no era mi afición.
Me metí en la ducha y comencé a lavar con cuidado mi cuerpo, alguien abrió y sólo con que su mano entrase en contacto con mi espalda supe de quién se trataba—Edgar fuera— reí.
—Pero…
—No, ni pero ni nada— me negué — Vístete y sal —le empujé suavemente— No quiero que tu madre vuelva a entrar.
Me comió con la mirada— Vamos, no va a entrar…— visualicé por un momento en mi cabeza la imagen de Edgar cogiéndome y mi espalda entrando en contacto con los azulejos fríos de la pared. Aprovechó ese momento de inflexión para intentar atacar mi cuello, pero el aparté antes de lo que lo hiciese porque si no sabía que estaba perdida. 

Página 270.

—A demás… a mí las cosas no me quedan bien y menos con esto—señalé a mi brazo.
—Pero si a ti todo te queda bien, imbécil.
—No, Edgar, ahora no digas tonterías porque se supone que me deberías avisar de estas cosas—borré su sonrisa—Bueno…—me calmé— ¿Pero tus padres no están casados?
—O sea sí, pero se separaron— Edgar cogió una piedra y la tiró al agua— ya hora decidieron hacer una segunda boda—hizo comillas— como prueba de su amor— puso voz y cara de tonto al decir eso.
Sí, la verdad es que ya eran mayorcitos para casarse. Él caso es que Edgar no me había dicho algo que además era lo principal por lo que había venido y cómo era normal me enfadé. Aunque se me pasó cuando me mató a cosquillas.
El día estuvo bien hasta que tonteando con piedra y piedra intentando seguir el ritmo de Avril acabé en el lago. Os podéis imaginar, no podía nadar bien, el fango me llegaba hasta las rodillas y salí precipitadamente cuando vi arañas flotando en la superficie. Tenía una clase de fobia a las arañas desde que me quedaron marcas en todo el cuerpo cuando me picó uno en la casa de mi abuela. Mi pelo estaba hecho un asco y mi cuerpo mojado por completo, salí empapada enrollándome con un brazo el cuerpo. 

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—¿Quieres parar ya? —puse la mano en el móvil. Se rindió y empezó a hablarme.
—Pasado mañana tendrás que madrugar…—me cogió la mano.
Eso me dolió en el alma—¿Es obligatorio? —me quejé.
—Supongo que sí—sonrió.
—¿Y bien? —esperé una explicación.
—Es la boda de mis padres—comentó sin darle mucha importancia.
—¿Perdona? ¿Qué? —me incorporé rápido enfadada.
—¿No te lo dije? — se rascó la cabeza
—Pues no—elevé una octava mi tono de voz— se te olvidó mencionarlo.
—Pensé que sí…básicamente por eso te traje aquí.
No daba crédito— ¿Y qué se supone que me voy a poner? ¿ Unos jeans? Todo el mundo va bien arreglado, y yo que se supone que tengo que dar una buena impresión —remarqué— ¿Qué hago?
—Emmm…—se quedó pensativo y se levantó del suelo— podemos ir al centro a comprar— se limpió la tela de los pantalones con las manos.
—No tengo dinero— chasqueé la lengua
—Bueno, eso no es problema—sonrió.

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—¿Si? — su voz me daba la vida.
—¿Qué tal? — quería volverla a abrazar.
—Pues… he estado haciendo la carta para los reyes.
—¿Así? — Edgar vino a sentarse a mí lado y le mandé callar—¿Qué has pedido?
—Cosas para Taylor—sonreí.
—Taylor está genial, pídelas para ti.
—Vale—era de pocas palabras la verdad.
—Bueno, está bien dentro de unos días nos vemos, lo prometo, debo irme. —Las tres me dejaron a la vez. No las entendí mucho y miré hacia Edgar que andaba jugando con una de mis trenzas.
—¿Y esto? —sonrió.
—Una de tus primas—le devolví la sonrisa de forma confiada.
—Me gusta—concluyó. —Hagamos un video.
No estaba muy cómoda con la idea, nunca me hacía fotos ni nada por el estilo. Puso la cámara interna y empezó a grabar. —Cuando tengamos hijos— empezó a hablar sin apartar la vista de la cámara— les enseñaré este video—sonrió— Y verán lo irresponsable y patosa que era su madre, perdón—carraspeó— seguro que cuando nazcáis seguirá siendo igual o peor de patosa. — sonreí tímidamente y le pegué en el hombro. Saqué un cigarrillo —le estás dando un mal ejemplo a nuestros hijos—reí y lo encendí. Me tumbé a la luz del sol intentando aportar vitaminas a mi pálida piel. Edgar seguía enfocándome.

Página 267.

Asintió. Me miré en la pantalla del móvil y me pinté los labios.
No había parado de pensar en mis hermanas y llamé— Anda, que te has dignado a llamar—sonreí al escuchar su voz. —¿Qué tal estás por allí?
—Os echo de menos —me sinceré— Bueno, las cosas están bien, la familia de Edgar es muy amable…—suspiré—pero ha habido algunos incidentes…
—¿Qué? —gritó.
—Me caí de la moto—no le di mucha vueltas—se me salió el hombro, y me quemé parte de la piel— me mordí el labio.
—Madre mía—la escuché coger aire— Te dejo un par de días y te me matas.
—Ya me conoces—reí—¿Y mis nenas?
—Aquí están destrozando la casa un poquito más.
Sonreí—Pásamelas—Rebecca, cómo no, se puso la primera.
—Pon el manos libres—quería hablar con las dos a la vez.
—Ya—me avisó Rebecca.
—Os echo de menos—comencé
—¿Te acuerdas de nosotras?
—¡Por supuesto! Sois mis niñas. Por cierto he conocido a otras chicas de vuestra edad…son muy majas— hice otra pausa— Pero os sigo prefiriendo a las dos—reí.

Rebecca no paraba de hablar y la escuché pacientemente. Echando de menos sus pequeñas historias… pero también quería hablar con Cleo —¿Cleo? —pregunté.

Página 266.

Me monté en el coche, bien tocaba viaje con Mr y Mrs “activos sexualmente”, me reí de mi broma privada y vi los coches de los demás familiares de Edgar adelantar al de su padre. El estilo de conducir del padre de Edgar me recordaba al de su hijo. Trazaba curvas elegantes.
Veía montañas acercándose. Sus padres tenían un Jeep que me enamoró. Podría ponerme en pie cuando quitaran la capa de arriba, me agarré a una de las barras cuando atravesaron el campo, había más gente pescando, en barcas y canoas. Dudé entre si era un lago o un pantano. Aquí se notaba que hacía mucho más calor que en Jesolo. Bajé del Jeep y ayudé a bajar cosas del maletero. Había sillas, comida, bebida y mantas. No me gustaban las gafas de sol, pero me las puse porque tenía unas ojeras impresionantes. El pantano tenía piedras en las que Avril y otras más no paraban de subir, bajar e ir de lado a lado. Me senté en una de las mantas y la miré jugar mientras que Edgar abría y colocaba cosas en la mesa.
Vi a Avril acercase corriendo a mí y sonreí—¿Puedo peinarte? —asentí.
Me hizo un par de trenzas, peinaba bastante bien para la edad que tenía —¿Estoy guapa? —eso era imposible. 

Página 265.

—¿Por qué no llevas el cabestrillo? —me miró el hombro.
—Es que feo.
—Pero es lo que necesitas.
—Pero sigue siendo feo— seguí en mis trece. Puso los ojos en blanco y se fue de la sala, quedé sola en silla. Me trajeron un gran plato de costillas. Intenté usar los cubiertos que anteriormente Edgar había utilizado pero era imposible. Me rendí. Mis modales a la mierda. Cogí una costilla con la mano. Tenía una salsa entre dulce y picante. Oía a la gente reírse a mí alrededor cuando Edgar bajó con el cabestrillo y me lo puso —Existen los cubiertos — me dijo riendo.
Tenía parte de las mejillas manchadas de la salsa marrón y pringosa —No puedo— tiré la costilla con asco al plato. Tenía las manos también manchadas. Me pasó la servilleta por la mejilla y yo me aparté con cara de asco.
—Ahora estás más rica—comentó con una sonrisa.

Hoy los padres de Edgar tenían la idea de llevarnos a no sé cuál sitio que aseguraron que era bonito.

Capítulo veintiuno. Familia Nardacchione. Séptima parte, Futuro. Página 264.


Futuro.

No sé ni a qué hora me había despertado porque sinceramente dormía como un tronco. Estaba tumbada sobre mi hombro y al levantarme me dolió como si me lo estuvieran dislocando otra vez. Me miré en el espejo. Tenía una mancha enorme morada que iba desde mi clavícula hasta parte de mi espalda. La toqué e hice un ruido con la lengua, me dolía tanto. Empecé a hacer ejercicios básicos para acostumbrarme al dolor, pero nunca acababa de hacerlo. ¿Por qué era tan sumamente inútil? Me puse una camisa pensando que así no tendría que levantar el hombro. El problema llegó cuando tuve que abrocharme los botones. No sé cuánto tarde en abrocharme, pero estoy segura que mínimo 30 minutos.
Al bajar todo el mundo estaba comiendo. Saqué el móvil las 15;30 de la tarde. Morí de vergüenza —Se te han pegado las sábanas—sonrieron todos .

—Sí—comenté. Me senté encima de Edgar.