—¿Por qué no llevas el cabestrillo? —me miró el hombro.
—Es que feo.
—Pero es lo que necesitas.
—Pero sigue siendo feo— seguí en mis trece. Puso los ojos en
blanco y se fue de la sala, quedé sola en silla. Me trajeron un gran plato de
costillas. Intenté usar los cubiertos que anteriormente Edgar había utilizado
pero era imposible. Me rendí. Mis modales a la mierda. Cogí una costilla con la
mano. Tenía una salsa entre dulce y picante. Oía a la gente reírse a mí
alrededor cuando Edgar bajó con el cabestrillo y me lo puso —Existen los
cubiertos — me dijo riendo.
Tenía parte de las mejillas manchadas de la salsa marrón y
pringosa —No puedo— tiré la costilla con asco al plato. Tenía las manos también
manchadas. Me pasó la servilleta por la mejilla y yo me aparté con cara de
asco.
—Ahora estás más rica—comentó con una sonrisa.
Hoy los padres de Edgar tenían la idea de llevarnos a no sé
cuál sitio que aseguraron que era bonito.
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