Edgar viendo la situación cogió una manta y me arropó— ¿Cómo
puedes ser tan irresistible para el suelo? —rio.
Mis días se basaban en caerme y curarme las heridas. Me
estaba empezando a cansar hasta de vivir.
Mi noche se basó en escalofríos, temblores, mocos, pañuelos y
ojos acuosos.
A la mañana siguiente lo primero que hice fue tomarme un
antibiótico y después ir derechita a la ducha, tener hojas en el pelo no era mi
afición.
Me metí en la ducha y comencé a lavar con cuidado mi cuerpo,
alguien abrió y sólo con que su mano entrase en contacto con mi espalda supe de
quién se trataba—Edgar fuera— reí.
—Pero…
—No, ni pero ni nada— me negué — Vístete y sal —le empujé
suavemente— No quiero que tu madre vuelva a entrar.
Me comió con la mirada— Vamos, no va a entrar…— visualicé por
un momento en mi cabeza la imagen de Edgar cogiéndome y mi espalda entrando en
contacto con los azulejos fríos de la pared. Aprovechó ese momento de inflexión
para intentar atacar mi cuello, pero el aparté antes de lo que lo hiciese
porque si no sabía que estaba perdida.
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