—Qué suerte la mía—dije irónicamente volviendo a mis
raudales. —Parece que tu madre tiene un radar —extendí el brazo y señalé a la
puerta —Ahora, fuera— sonreí. Agachó la cabeza y se resignó a salir. —No te
pongas triste, aún tienes buen culo—cerré la mampara y sonreí.
Si había entrado en la ducha era para relajarme, no para que
viniese Edgar a romperme todos los esquemas.
Salí y me sequé el pelo, no quería ponerme aún peor. Me miré
en el espejo, mi cuerpo estaba magullado lo que más se notaba eran las costas
que tenía en el abdomen, las rocé y miré al as heridas que me hice cuando
estaba con Cristina, comparado con lo otro era nada. Fui a mi morado hombro,
cada vez el color era más oscuro, se juntaba un color verdecino, amarillo,
morado y azul. Aparte de que mi cuerpo no me gustaba, verlo así aún menos.
Suspiré y me vestí resignada con mi cuerpo, en fin, era lo
que me había tocado. Salí del baño y coloqué la ropa en la maleta.
Él apareció pero ya vestido— ¿Nos vamos? — movió las llaves en la mano. Vi en
letras plateadas grabadas en el mando la palabra “Jeep”
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