Familia Nardacchione. Anécdotas
Después de cambiarme y ponerme el pijama bajé a por el abrigo
que había dejado cerca de la lumbre para que se secase. Giré hacia la
habitación y estaba el abuelo de Edgar. Pensé en irme sin hacer ruido —Pasa—
dijo su voz sin dejar de mirar a la chimenea.
Miré detrás de mí y no había nadie, supongo que iba por mí.
Fui hacia la silla donde estaba el abrigo extendido —Sólo
venía a por la chaqueta —dije en voz baja tocándola a ver si estaba seca.
—¿Por qué no te sientas? — le miré e hice caso. Me senté despacio —¿Qué tal va tu
hombro?
¿A caso estaba interesado por mí? — Pues…mejor— sonreí mirándole.
—Edgar es muy cabezota.
—Ya—suspiré— Pero el no tuvo la culpa de nada.
—Uno no dispara si no tiene pistola— Entendí la metáfora. La
pistola me la había dejado Edgar, me dio un manual de cómo disparar y unas
cuantas balas, y yo, simplemente lo hice— Va por ahí con esa música ruidosa, no
sabe lo que es la buena música— comentó acariciándose la barba, que era poco
poblada. — La música
buena es la que sirve para bailar pegado con señoritas sin que te de un
infarto.
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