Edgar volvió a mi lado —Te odio por dejarme sola. —suspiré
—Lo superarás— rio y me dio un beso en la frente.
Después de volver a saludar a un millón de personas y de
hacer miles de fotos al fin la gente
empezó a moverse. Caminé a paso pesado dónde Edgar me dijo y subí a un coche
cansada de llevar tacones. Había tres personas a las que no conocía muy pegadas
a mí y era incómodo. Un hombre carraspeó —Mientras que Nina no conduzca no nos
mataremos— él se rio y yo sonreí falsamente. No me hacía gracia, ni si quiera
sabía quién era ¿Cómo se había podido enterar? Supongo que en estos
pueblos…todo el mundo se esteraba de…todo. Dejé de darle importancia y recé a
todos los dioses para que el viaje se pasara rápido.
Al llegar, debo admitir que todo estaba muy bien preparado,
era muy bonito, estaba decorado a la perfección. El salón era grande, el jardín
tenía un mantenimiento excelente. Seguro que debieron vender cada uno un riñón
para poder permitirse el alquiler de todo esto.
Edgar me había comentado anteriormente que su padre era
arquitecto, así que tendrían dinero.
Anduve con cuidado de no caerme por el jardín escuchando como
la gente hablaba de todo y de nada a la vez. Pasó un hombre a pedirme el bolso
para guardarlo en el ropero, no quería dejar mi bolso a nadie. No quería
confiar ciegamente en nadie. Tenía miedo porque siempre me habían hecho daño al
hacerlo, pero Edgar me confirmó que trabaja aquí y de una forma u otra se lo
entregué.
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