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martes, 22 de septiembre de 2015

Capítulo Treinta y Uno. Ercole. Página 357.

Primer día de trabajo, por lo menos en estas vacaciones. Dejé ir al bus, más bien se me escapó, y me lamenté, porque de eso iba mi vida, de enfadarme porque se había ido y de no enfadarme conmigo misma por no haber salido antes. Aunque si lo miro de todas las formas posibles, me hubiese enfadada por tener que esperarle, la conclusión es que el transporte público me enfadaba, mi pequeño percance hizo que llegase tarde, y eso ocasionó que un retraso quedase marcado como una mancha negra en mi expediente ante el jefe de la sala.
No tuvo mucho qué decir al respecto. Se le veía un hombre fuerte, joven, al que le tenían respecto y movía demasiado dinero, y, apuesto, a que también mujeres. No me atreví a mirarle a la cara, sólo le ofrecía un vistazo cuando estaba de espaldas con su ancha espalda, la fina camisa blanca transparentaba una espalda tatuada. —¿Me estás escuchando?— alzó una ceja, tenía un tono de voz bajo para mi sorpresa. Asentí tímidamente como si de verdad lo hubiese hecho —Bueno, ahora no entra demasiada gente, pero puedes atender la barra, si no hay clientes, limpia y prepara las botellas, saca los vasos — movió las manos — Tú me entiendes. —Tu turno es de tarde noche, pero hoy te quedarás de madrugada. Quiero ver de lo que eres capaz una noche de clientela — sonrió amargamente y me indicó con la mano que saliese de la habitación sin ningún tipo de respeto —Ni un error más por hoy —me advirtió — Puro vicio es una sala con personal serio— asentí —El encargado te dirá lo que te debes poner— escuché — Haz que gane dinero y te beneficiaré — le miré y cerré la puerta despacio sin hacer ruido. 

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