Primer día de trabajo, por lo menos en estas
vacaciones. Dejé ir al bus, más bien se me escapó, y me lamenté, porque de eso
iba mi vida, de enfadarme porque se había ido y de no enfadarme conmigo misma
por no haber salido antes. Aunque si lo miro de todas las formas posibles, me
hubiese enfadada por tener que esperarle, la conclusión es que el transporte
público me enfadaba, mi pequeño percance hizo que llegase tarde, y eso ocasionó
que un retraso quedase marcado como una mancha negra en mi expediente ante el
jefe de la sala.
No
tuvo mucho qué decir al respecto. Se le veía un hombre fuerte, joven, al que le
tenían respecto y movía demasiado dinero, y, apuesto, a que también mujeres. No
me atreví a mirarle a la cara, sólo le ofrecía un vistazo cuando estaba de
espaldas con su ancha espalda, la fina camisa blanca transparentaba una espalda
tatuada. —¿Me estás escuchando?— alzó una ceja, tenía un tono de voz bajo para mi
sorpresa. Asentí tímidamente como si de verdad lo hubiese hecho —Bueno, ahora
no entra demasiada gente, pero puedes atender la barra, si no hay clientes,
limpia y prepara las botellas, saca los vasos — movió las manos — Tú me
entiendes. —Tu turno es de tarde noche, pero hoy te quedarás de madrugada.
Quiero ver de lo que eres capaz una noche de clientela — sonrió amargamente y
me indicó con la mano que saliese de la habitación sin ningún tipo de respeto
—Ni un error más por hoy —me advirtió — Puro vicio es una sala con personal
serio— asentí —El encargado te dirá lo que te debes poner— escuché — Haz que
gane dinero y te beneficiaré — le miré y cerré la puerta despacio sin hacer
ruido.
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