Ojo por ojo.
Noté el calor que desprendía el motor y arranqué, no era nada comparado con la moto, el problema venía al girar, yo y mi problema con los giros, nunca lo resorberemos. No giraba bien, tenía que ir hacia atrás para volver a tener espacio. Una mano se puso en mi hombro y otra en el manillar ayudándome a dar la vuelta.
Noté el calor que desprendía el motor y arranqué, no era nada comparado con la moto, el problema venía al girar, yo y mi problema con los giros, nunca lo resorberemos. No giraba bien, tenía que ir hacia atrás para volver a tener espacio. Una mano se puso en mi hombro y otra en el manillar ayudándome a dar la vuelta.
—¿Te ayudo peque? —
reconocí esa brazo las misma venas verdecinas en su pálida piel.
Me quité el caso y le vi, contacto visual de pleno con sus ojos claros,
de cara, sin miedo.
—Diego…— susurré. Llevaba un peto fosforito y estaba algo ridículo, pero
sus vaqueros lucían realmente bien en sus piernas.
—Nina— sonrió ampliamente. El tono grave de su voz me provocó un
escalofrío en toda la espina dorsal.
—No sabía que trabajabas aquí— comenté.
Los niños en la fila se quejaban del rato que estaba sentada en el quad
sin usarlo. Diego les miró y volvió a fijarse en mí —Dame cinco minutos —sostuvo
mi mano—Cinco minutos y vuelvo— repitió. Tragué saliva, asentí y me bajé, me
dirigí a la fila de nuevo con Carla.
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