Hoy y desde
hace muchos meses es la primera vez que he vuelto a tener la pesadilla. Siguió
con su tradición de horarios, con la misma fuerza que había venido por primera
vez. Tenía varias preguntas rondando por mi cabeza y la primera era un ¿Por
qué?, ¿Debía ser por alejarme de Edgar?, ¿Eso cambiaría mi estado de ánimo y de
ahí mis sueños?, ¿Le quería tanto como para influenciarme de una forma tan
devastadora?, ¿Mi cabeza había construido un mecanismo de huida con su
presencia, y cuando me faltaba de su cercanía me derrumbaba hasta en los
sueños?, ¿Qué me quería decir?, ¿Qué significaba?, ¿Abuelo, eres tú?, ¿Qué
quieres?, ¿Qué debo sacar de esto?.
Todas y
cada una de ellas sin respuesta. Sin una mínima pista. Si al menos tuviese un
pisada que seguir, algo por dónde empezar, una señal, un detalle, por más
diminuto que fuese. Algo. Giré con mi colcha intentando volver a dormir. De
vuelta a la pesadilla.
Lo peor era
que aun estando despierta sigo atrapada en ella.
Porque hay
dos clases de pesadillas, las que te asustan al dormir y las que te asustan con
los ojos abiertos.
En mi caso,
gozaba de su poca agradable compañía en los dos formatos posibles.
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