—¿Te duele?
Negué —Es solo que no me lo esperaba — reposé la cabeza en mi puño, que estaba cerrado alrededor de la cadena de color marrón oxidado que sujetaba el columpio.
Se sentó en el columpio de al lado —Gilipollas.
Me quedé callada dejando que mi piel absorbiese toda la brisa y los últimos rayos de sol del día. Cerré los ojos y suspiré, me levanté, había varias mesas de piedra y decidí sentarme en una de ellas, nada más que para asegurarme que si me quedaba dormida no me iba a caer hacia atrás, como podría haberlo hecho en el columpio. Él me siguió a paso lento y se sentó a mi lado.
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