—Un cigarro no hará que cambie de idea — solté todo el humo que se
esparció rápido en el aire.
—
¿Y
un porro? — alzó ambas cejas riendo.
—
Tal
vez a la primera sí, y a le segunda también funcione, pero a la quinta, la
droga perderá efecto y será como fumarse un cigarrillo sólo, me harás adicta
sin sentido alguno y acabaré engordando, porque no me reiré con ella después de
unos cuantos cuando mi cuerpo se acostumbre, sólo babearé más la cama y comeré
el doble — me encogí de hombros.
—
¿Licenciada
en sustancias estupefacientes? — soltó riéndose — No trataba de que me dieses
tu consentimiento a acompañarte —rio y me cogió, mis brazos golpeando su
espalda —Pega todo lo que quieras, no voy a soltarte.
—
Diego,
por dios — le di más fuerte —No sabes donde vive Cristina — le reté.
—
Perfecto
pues, iremos a mi casa — escuché su risa.
—
Diego
— gruñí. Empezaba a bajar conmigo a cuestas.
—
¿Ha
cambiado la Señorita de idea según su acompañante? —sonrió.
—
Bájame
— le obligué. Mis pies tocaron tierra firme y me coloqué de nuevo ahora mi
descolocada ropa —Eres insufrible.
—
Bien,
vamos — odiaba que yo saliese perdiendo.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario