—Cuando te
aclares me hablas, porque estoy harta de ti y tus juegos. Un día me hablas,
otro te enfadas y al siguiente me besas — miré a Edgar que escuchaba atento la
conversación — Y encima luego intentas juntarme con tu amiga — puso unas monas
en la mesa que giraron haciendo un ruido incómodo. Dio un pequeño salto del
taburete y salió de la sala.
El pelo de
Edgar estaba completamente empapado y tenía el rostro pálido —Así que le
besaste — asintió despacio quedándose con los datos —Creo que no tengo nada qué
hacer aquí — imitó el movimiento de Diego.
—Edgar,
espera — reaccioné segundos antes de que saliese por la puerta sin hacerme
ningún caso. Me llevé la mano a la boca evitando un sollozo y tiré el paño que
tenía en el hombro enfadada al suelo. Me metí rápido de nuevo al almacén en el
que había varios paquetes de bebida aún empaquetadas y tanteé rápido en la
agenda del móvil. Escuché un pitido mientras mis ojos se llenaban de lágrimas,
si al menos me hubiese escuchado, si al menos supiese que le besé cuando no
estábamos juntos, cuando me sacó de mis casillas y cuando tenía la guardia
baja, escuché el segundo, y el tercero y cuando retiré el móvil de mi mejilla
dispuesta a colgar escuché su voz. Volví a colocarlo en mi oreja — ¿Ercole?—
dije ya llorando.
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