La lluvia
se hacía más débil según más tiempo pasaba en el coche hasta que se hizo
inexistente dejando paso a la niebla.
—Unos
amigos hoy tienen un partido de fútbol — comentó— ¿Te apetece ir?— cogió el
volante con las dos manos y me miró. Asentí, odiaba el fútbol, con toda mi
alma, pero al menos estaría con él. Según me había explicado era un partido
nada oficial del equipo del pueblo de al lado y el nuestro. Con tanta rivalidad
como llevábamos teniendo toda nuestra vida.
Aparcó a la primera y puso su mano en mi hombro
conduciéndome. Nos sentamos en la cuarta fila de unas gradas plegables al
exterior, había dos de estas, ambas divididas por cinco pequeñas filas o
peldaños. Cuatro focos de luz intensa se conectaban en el campo en el que había
barro y el césped estaba encharcado. Me senté a su lado en el sitio mojado y me
di cuenta de que seguía llevando la estúpida ropa del trabajo y que estaba aún
bastante mojada, cuando vino una ráfaga de aire frío y me heló hasta el último trocito
de mi pálida piel. Me estaba castañeando los dientes cuando Ercole me dio una
pequeña bandeja con nachos y queso —Sé que te gustan — se le formaron aquellos hoyuelos
al sonreír que se le quitaron al segundo en el que me vio tiritar. Se quitó el abrigo,
negro bonito y elegante y me ayudó a ponérmelo. Me rodeó con su brazo y mi
cabeza quedó contra su pecho.
—Gracias —
susurré — Por los nachos — comí uno y rio.
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