No era nada inusual que la gente que me miraba
mientras iba decididamente a mi oficina agachase a la cabeza o quedase
avergonzado incluso atemorizado.
A mi lado, mi fiel amiga y socia de la empresa
Gapetti & Cacciardi.
Más conocida como la lesbiana de oro más codiciada
y soltera de todo New York , para mí la estúpida Abigail de siempre.
Caminábamos decididas y a buen paso mientras
saludábamos a nuestra secretaria, una vaga y pésima chica que por nombre tenía
Carla, que nada más venía a entretenernos en nuestros ratos aburridos y la cual
tenía una subsecretaria, por no saber hacer su trabajo.
Mi amada Carla. Era la única que no se
acobardaba de nosotras y la que nos vacilaba con total tranquilidad. Se levantó
al vernos y se metió en mi gran despacho, al paso que Abigail dejaba las cosas
en el suyo y de vuelta venía a mi gran habitación. Me senté en la silla de
ruedas negra de cuero, la más cómoda y para añadir, cara, del mercado.
-Buenos días Srta. Gapetti- dijo con voz de
tonta Carla y le rodeé los ojos.
Abigail se sentó en la gran mesa de cristal -
Recuérdame por qué seguimos pagando un sueldo a Carla por no hacer nada- dijo
Abigail sarcásticamente.
-Porque soy la única que os sabe plantar cara,
y entreteneros- dijo ofendida Carla y sonreímos lateralmente ambas.
-Srta. Gapetti- sonó la subsecretaria de la
secretaria por el intercomunicador. - ¿Informe diario? -pulsé el botón haciendo
un sonido poco entendible de sí.
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