Me quité
las prendas que me quedaban y guardé el colgante con el anillo en el bolso con
miedo a perderlo. Metí un pie en el agua congelada.
¿Que qué
decía mi cerebro? Que saliese de allí echando hostias, que estaba fría de
cojones y que si quería matarme.
¿Qué decía
mi corazón? Ve a por el llavero.
¿Qué diría
mi abuela? ¡Ánimo mi bien! Te espero aquí.
Así que mi
cuerpo, cobrando vida propia comenzó a meterse en el frío agua sin darme un
respiro para regular mi temperatura del cuerpo. Me dejé caer.
Una vez que
estás dentro ya te acostumbras.
No era
profundo, no aún, así que aun que ya me había metido de cuerpo completo, debía
andar, y eso hacía que mi cuerpo quedase expuesto al viento.
Dejé de
sentir arena sobre mis pies y volví a sentir el tacto de esa afilada piedra de
nuevo -Allá vamos- dije suspirando mientras notaba como gotas frías de agua
provenientes de mi pelo caían por mi espalda.
El primer
paso me destrozó, el segundo me abrió de nuevo todas las heridas, el tercero
creó nuevas, el cuarto me hizo empezar a sangrar y el quinto me hizo dejar de
sentir dolor para concentrarme en lo que estaba.
Intentaba
mantener el equilibrio ayudándome de mis manos pero más de una vez caí,
rasgándome ya no sólo rodillas, codos y manos, sino también la espalda, el
abdomen, las piernas y la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario