Después de decirle a mi hermano por enésima
vez que podía subir las escaleras sola, de caerme veinte veces por ellas,
volverme a ponerme en pie, coger las muletas, e intentar subir, después de
decirle a mi hermano un millón de veces que estaba bien, que sólo necesitaba
descansar y tiempo a solas, después de que mis amigas hubiesen puesto por el
grupo que se iban a hacer surf porque había unas olas maravillosas y
disculparse porque yo no pudiese estar ahí, aquí estaba yo, aburriéndome lo más
que podía sentada en una silla sin hacer nada, viendo la vida pasar.
Me decidí por ordenar mi armario, porque hacía
años luz que eso no tenía orden alguno.
Entré en el armario empotrado y encendí la
pequeña lucecita - ¿Anda, tenía esto?- saqué un jersey aún con etiqueta y lo
tiré a la habitación para ponérmele pronto. - Y esto, vaya - miré el abrigo y
lo tiré en la misma decisión manteniendo el equilibrio con la muleta como
podía. Miré al estante de arriba, había tres cajas de cartón enormes, alcé la
muleta para intentar bajarla de un golpetazo y no llegué. Cogí aire, me sostuve
con el pie bueno en un cajón y alcé la muleta, para golpearla.
Cayó, sí, pero encima de mí, haciéndome caer
para atrás y dándome la hostia del siglo en la cabeza contra la última repisa
del armario de en frente- Mierda- dije tocando la parte adolorida y viendo que
en la caja había simples peluches de Rebecca y Cleo, bufé.
-¿Estás bien?- escuché una voz y giré sobre mí
misma para ver quién había sido. Nada, nadie.
-¿Dios, eres tú?- miré al techo -Si eres tú lo
siento por no escuchar a Angie cuando me cuenta la misa del padre Alfredo, prometo
empezar a prestar...
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