— Me
gusta— sonrió apoyando sus labios contra
los míos y empezando a conducir en dirección a mi casa. Había escondido mi
collar todos estos días, pero con el movimiento de bajar escaleras había salido
a la luz, ¿y para qué guardarlo más? — ¿Qué tal las clases hoy jovencita?
— dijo poniendo voz autoritaria de padre
con hijos irresponsables y adolescentes.
— Estuvo
interesante— comenté poco convencida — Enriquecedora — acerté con la palabra porque al parecer él se
quedó tranquilo. Pero mentí, mi día se había basado en largas conversaciones
sin sentido alguno con mi mejor amiga y grandes vuelcos de atención hacia el
pupitre de Edgar, que hoy, entre otros tantos días, seguía vacío.
— ¿Terminaste
ya todos tus trabajos?— alzó una ceja sonriendo desde el volante.
— Sí,
finalmente sí— dije tranquila del hecho de que ya no tendría que ir más tardes
a la biblioteca del centro para estudiar cosas que no me habían mandado y estar
con las angustia de la espera de Edgar.
— ¿Entonces
estás libre?— dijo aparcando ya cerca de mi casa.
—
Totalmente, excepto en mis horas de entrenamiento— cosa que necesitaba
recuperar, ya que llevaba semanas haciendo caso omiso a mis prácticas de
volley, hockey y surf y necesitaba ponerme al día para las muy esperadas
competiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario